a. Odiseo, quien se hizo a la mar desde Troya con el conocimiento seguro de que debía viajar durante otros diez años antes de volver a Ítaca, hizo escala primeramente en la Ismaro cicona y la tomó por asalto. En el saqueo sólo perdonó a Maro, sacerdote de Apolo, quien, agradecido, le ofreció varias jarras de vino dulce; pero los cicones del interior vieron la columna de humo que se extendía a gran altura sobre la ciudad incendiada y atacaron a los griegos mientras bebían en la costa, diseminándolos en todas direcciones. Cuando Odiseo consiguió reunir y reembarcar a sus hombres con numerosas bajas, un fuerte viento nordeste lo llevó a través del mar Egeo hacia Citera[1]. El cuarto día, durante una calma tentadora, trató de doblar el cabo Malea y seguir hacia el norte hasta Ítaca, pero el viento volvió a soplar con más violencia que anteriormente. Tras nueve días de peligro y desgracia apareció a la vista el promontorio libio donde viven los lotófagos. Ahora bien, el loto es un frutó sin cuesco, de color de azafrán y del tamaño de una haba, que crece en racimos dulces y saludables, aunque tiene la propiedad de hacer que quienes lo comen pierdan por completo el recuerdo de su país; algunos viajeros, no obstante, lo describen como una especie de manzana de la que se obtiene una sidra fuerte. Odiseo desembarcó para acarrear agua y envió una patrulla de tres hombres; éstos comieron el loto que les ofrecieron los nativos y en consecuencia olvidaron su misión. Al cabo de un rato salió a buscarlos al, frente de un grupo de auxilio, y aunque sintió la tentación de probar el loto se contuvo. Llevó a los desertores de vuelta por la fuerza, los encadenó y partió sin más rodeos[2].
b. Luego llegó a una isla fértil y muy boscosa, habitada únicamente por innumerables cabras montesas, y mató algunas de ellas para alimentarse. Ancló allí toda la flota, con excepción de una sola nave en la que salió a explorar la costa opuesta. Resultó que era el país de los feroces y bárbaros Cíclopes, llamados así a causa del gran ojo redondo que tenían en el centro de la frente. Habían olvidado el arte de la herrería que practicaban sus antepasados para Zeus y ahora eran pastores sin leyes, asambleas, naves, mercados ni conocimiento de la agricultura. Vivían hurañamente separados unos de otros, en cavernas excavadas en las colinas rocosas. Al ver una de esas cavernas con una entrada alta y en la que colgaba una rama de laurel, más allá de un corral cercado con grandes piedras, Odiseo y sus compañeros entraron sin saber que la propiedad pertenecía a un cíclope llamado Polifemo, hijo gigante de Posidón y la ninfa Toosa, al que le encantaba comer carne humana. Los griegos se acomodaron y encendieron una gran fogata, y luego mataron y asaron varios cabritos que encontraron encerrados en el fondo de la caverna; se sirvieron también el queso que había en unos cestos que colgaban de las paredes, y comieron alegremente. Hacia el anochecer apareció Polifemo. Introdujo su rebaño en la caverna y cerró la entrada con una losa de piedra tan grande que veinte yuntas de bueyes apenas habrían podido moverla; luego, sin advertir que tenía huéspedes, se sentó para ordeñar a sus ovejas y cabras. Por fin levantó la cabeza del balde y vio a Odiseo y a sus compañeros reclinados alrededor del hogar. Les preguntó de mal humor qué tenían que hacer en su caverna. Odiseo le contestó: «Amable monstruo, somos griegos que volvemos a nuestra patria después del saqueo de Troya. Te ruego que recuerdes tu deber con los dioses y nos trates hospitalariamente.» Como respuesta, Polifemo resopló, asió a dos marineros por los pies, les hizo saltar los sesos golpeándolos contra el suelo y devoró los cadáveres crudos, gruñendo mientras lamía los huesos como cualquier león montes.
c. Odiseo habría deseado vengarse sangrientamente antes que amaneciera, pero no se atrevió, porque sólo Polifemo era lo bastante fuerte como para retirar la piedra de la entrada. Pasó la noche con la cabeza entre las manos trazando un plan de huida mientras Polifemo roncaba terriblemente. Para desayunarse el monstruo rompió la crisma a otros dos marineros, después de lo cual salió silenciosamente con su rebaño por delante y cerró la caverna con la misma lápida. Pero Odiseo tomó una estaca de madera de olivo verde, la afiló y endureció un extremo en el fuego y luego la ocultó bajo un montón de estiércol. Esa noche volvió el cíclope y comió dos más de los doce marineros, después de lo cual Odiseo le ofreció cortésmente un cuenco lleno con el vino fuerte que le había dado Maro en Ismaro; por fortuna, había llevado a tierra un odre lleno de vino. Polifemo bebió ávidamente, pidió un segundo cuenco, pues en toda su vida había probado una bebida más fuerte que el suero de la leche, y condescendió a preguntar a Odiseo su nombre.
—Mi nombre es Oudeis —contestó Odiseo—; o al menos así me llaman todos, para abreviar.
Ahora bien, «Oudeis» significa «Nadie».
—Te comeré el último, amigo Oudeis —le prometió Polifemo.
d. Tan pronto como el cíclope cayó en un profundo sueño de borracho, pues el vino no había sido mezclado con agua, Odiseo y los compañeros que quedaban calentaron la estaca en las ascuas del fuego y luego la clavaron en el ojo único de Polifemo y la retorcieron en él, haciendo fuerza Odiseo desde arriba, como cuando se taladra un agujero en la tablazón de un barco. El ojo silbaba y Polifemo lanzó un horrible gemido, que hizo que todos sus vecinos acudieran corriendo desde cerca y de lejos para saber qué sucedía.
—¡Estoy ciego y sufro terriblemente! —les gritó Polifemo—. ¡Y Nadie tiene la culpa!
—¡Pobre infeliz! —contestaron ellos—. Si, como dices, nadie tiene la culpa, debes ser víctima de una fiebre delirante. ¡Ruego a nuestro Padre Posidón que te cure y deja de hacer tanto ruido!
Se fueron refunfuñando y Polifemo se dirigió a la entrada de la caverna, apartó la lápida de piedra y buscando a tientas con las manos esperaba atrapar a los griegos sobrevivientes cuando trataban de escapar. Pero Odiseo tomó unos mimbres y ató a cada uno de sus compañeros por turno bajo el vientre de un carnero, el del centro de un grupo de tres, distribuyendo el peso igualmente. Él eligió un carnero enorme, el conductor del rebaño, y se colocó bajo su vientre, asiéndose a la lana con manos y pies.
e. Al amanecer Polifemo dejó que su rebaño saliera a pacer, palpando suavemente sus lomos para asegurarse de que nadie estuviese montado sobre ellos, Se detuvo un rato conversando lastimeramente con el animal bajo el cual se ocultaba Odiseo y le preguntó: «¿Por qué, querido carnero, no sales el primero como de costumbre? ¿Te compadeces de mí en mi desgracia?» Pero por fin lo dejó pasar.
f. Así Odiseo consiguió liberar a sus compañeros y llevar un rebaño de carneros gordos a la nave. Esta fue lanzada rápidamente al agua y los hombres tomaron los remos y comenzaron a alejarse; Odiseo no pudo abstenerse de gritar una despedida irónica. Por respuesta, Polifemo les lanzó una gran roca que cayó a poca distancia delante de la nave formando un remolino en el agua que casi la envió otra vez a tierra. Odiseo se echó a reír y gritó: «Si alguien te pregunta quién te ha cegado, contéstale que no ha sido Oudeis, sino Odiseo de ítaca.» El cíclope, furioso, suplicó en voz alta a Posidón: «¡Concédeme, Padre, que si mi enemigo vuelve alguna vez a su casa, sea tarde y mal, en nave ajena, después de perder a todos sus compañeros, y encuentre nuevas cuitas en su morada!» Lanzó otra roca todavía mayor y esta vez cayó a poca distancia de la popa de la nave, de modo que la ola que levantó los llevó rápidamente a la isla donde los esperaban ansiosamente los otros compañeros de Odiseo. Pero Posidón escuchó a Polifemo y le prometió la venganza pedida[3].
g. Odiseo se dirigió hacia el norte y poco después llegó a la Isla de Éolo, Guardián de los Vientos, quien les agasajó espléndidamente durante todo un mes; el último día entregó a Odiseo un odre que contenía los vientos y le explicó que mientras el cuello estuviera bien atado con un hilo de plata todo marcharía bien. Dijo que no había encerrado al suave Viento Oeste, que iba a llevar la flota ininterrumpidamente por el Mar Jónico hacia Ítaca, pero Odiseo podía soltar los otros uno por uno si por algún motivo necesitaba alterar su curso. Ya se podía divisar el humo que ascendía por las chimeneas del palacio de Odiseo, cuando éste se quedó dormido, abrumado por el cansancio. Sus tripulantes, que esperaban ese momento, desataron el saco, que parecía contener vino. Inmediatamente los Vientos salieron todos juntos rugiendo en dirección a su isla, llevándose al navío por delante, y Odiseo no tardó en encontrarse de nuevo en la isla de Éolo. Con profusas excusas solicitó nueva ayuda, pero le dijeron que se fuera y empleara esta vez los remos, pues no le darían ni un soplo del Viento Oeste. «No puedo ayudar a un hombre al que se oponen los dioses», le gritó Éolo, y le cerró la puerta en la cara[4].
h. Tras siete días de viaje, Odiseo llegó al país de los lestrigones, gobernado por el rey Lamo, del que algunos dicen que se hallaba en la parte noroeste de Sicilia. Otros lo sitúan en las cercanías de Formias, en Italia, donde la noble Casa de Lamia pretende descender del rey Lamo; y esto parece creíble, ¿pues quién confesaría que desciende de caníbales, a menos que tratara de una tradición común?[5].En el país de los lestrigones la noche y la mañana están tan cerca una de otra que los pastores que conducen sus rebaños a casa cuando se pone el sol saludan a los que conducen a los suyos al campo al amanecer. Los capitanes de Odiseo entraron audazmente en el puerto de Telépilo, el cual, con excepción de una entrada estrecha, está rodeado por riscos abruptos, y amarraron sus naves cerca de un camino de carros que subía por un valle. Odiseo, que era más cauto, amarró su barco a una roca fuera del puerto, después de enviar tres exploradores tierra adentro en misión de reconocimiento. Los exploradores siguieron el camino hasta que encontraron una muchacha que sacaba agua de un manantial. Resultó que era una hija de Anfítates, un caudillo lestrigón a cuya casa los condujo. Pero allí fueron tratados despiadadamente por una horda de salvajes que se apoderó de uno de ellos y lo mató para el cocido; los otros dos huyeron a toda velocidad, pero los salvajes, en vez de perseguirlos, fueron a las cimas de los riscos y desde allí arrojaron a las naves un diluvio de piedras antes que los tripulantes pudieran botarlas al agua. Luego bajaron a la playa y mataron y devoraron a los marineros con toda comodidad. Odiseo escapó cortando el cable de su bajel con una espada y exhortó a sus compañeros a que remaran vigorosamente para salvar la vida[6].
i. Dirigió la única nave que le quedaba hacia el este y tras un largo viaje llegó a Eea, la isla de la Aurora, gobernada por la diosa Circe, hija de Helio y Perse, y por tanto hermana de Ectes, el terrible rey de Cólquíde. Circe era hábil en toda clase de encantamientos, pero quería poco a la especie humana. Cuando echaron suertes para decidir quién se quedaría vigilando el navío y quién saldría para explorar la isla, le tocó al querido compañero de Odiseo, Euríloco, desembarcar con otros veintidós tripulantes. Descubrió que Eea abundaba en robles y otras clases de árboles, y por fin llegó al palacio de Circe, construido en un gran claro hacia el centro de la isla. Lobos y leones rondaban por los alrededores, pero en vez de atacar a Euríloco y sus compañeros se enderezaban sobre las patas traseras y les acariciaban. Se habría podido tomar a aquellos animales por seres humanos, y en realidad lo eran, aunque los habían transformado así los hechizos de Circe.
j. Circe se hallaba en el vestíbulo, cantando mientras tejía, y cuando el grupo de Euríloco la llamó a gritos, salió sonriendo y los invitó a comer en su mesa. Todos entraron alegremente, excepto Euríloco, quien, sospechando un engaño, se quedó afuera y atisbo ansiosamente por las ventanas. La diosa sirvió una comida de queso, cebada, miel y vino, para los marineros hambrientos; pero estaba drogada, y tan pronto como comenzaron a comer les tocó en el hombro con su varita y los transformó en puercos. Luego, abrió inexorablemente la portezuela de una pocilga, los encerró en ella, les echó unos puñados de bellotas y frutos del cornejo en el suelo fangoso y los dejó allí revolcándose.
k. Euríloco volvió llorando e informó a Odiseo de la desgracia ocurrida, quien tomó su espada y salió decidido a salvarlos, pero sin un plan fijo en la cabeza. Con gran sorpresa se encontró con el dios Hermes, quien le saludó cortésmente y le ofreció un remedio contra la magia de Circe: una flor blanca perfumada con la raíz negra, llamada moly, que sólo los dioses pueden reconocer y elegir. Odiseo aceptó el don agradecido y siguió su camino hasta el palacio de Circe, quien también le agasajó a él. Cuando hubo tomado la comida mezclada con drogas, Circe levantó la vara y le tocó con ella en el hombro, mientras le ordenaba: «Ahora ve a la pocilga y échate con tus compañeros.» Pero Odiseo había olido a escondidas la flor de moly, por lo que no quedó encantado, y se levantó de un salto espada en mano. Circe cayó llorando a sus pies y le suplicó: «¡Perdóname y compartirás mi lecho y reinarás en Eea conmigo!» Como sabía que las hechiceras poseen el poder de enervar y destruir a sus amantes, extrayéndoles secretamente la sangre en pequeñas ampollas, Odiseo hizo jurar solemnemente a Circe que no tramaría ninguna nueva travesura contra él. Ella juró por los dioses benditos y, después de proporcionarle un delicioso baño caliente, vino en copas de oro y una sabrosa cena servida por una venerable ama de llaves, se dispuso a pasar la noche con él en un lecho con colcha de púrpura. Pero Odiseo no quiso responder a sus requerimientos amorosos hasta que accedió a liberar no sólo a sus compañeros, sino también a todos los otros marineros encantados por ella. Una vez hecho eso se quedó de buena gana en Eea hasta que ella le hubo dado tres hijos: Agrio, Latino y Telégono[7].
l. Odiseo anhelaba continuar su viaje y Circe le dejó ir. Pero primeramente debía hacer una visita al Tártaro y buscar allí al adivino Tiresias, quien le profetizaría la suerte que le esperaba en Ítaca, si llegaba alguna vez a ella, y después. «El soplo del Viento Norte conducirá tu nave —le dijo Circe— hasta que hayas atravesado el océano y llegues al bosque de Perséfone, notable por sus álamos negros y sus añosos sauces. En el punto donde los ríos Flegetonte y Cocito desembocan en el Aqueronte cava una zanja y sacrifica un carnero joven y una oveja negra, que yo misma proporcionaré, a Hades y Perséfone. Deja que la sangre entre en la zanja y mientras esperas a que llegue Tiresias ahuyenta a todas las otras ánimas con tu espada. Deja que Tiresias beba todo lo que quiera y luego escucha atentamente su consejo.»
m. Odiseo obligó a sus hombres a embarcarse, aunque se mostraban renuentes a dejar la agradable Eea por el país de Hades. Circe les proporcionó un viento favorable que los llevó rápidamente al Océano y a las lejanas fronteras del mundo donde a los Cimerios, rodeados de niebla, ciudadanos de la Oscuridad Perpetua, se les niega la vista del Sol. Cuando avistaron el Bosque de Perséfone desembarcó Odiseo e hizo exactamente lo que le había aconsejado Circe. La primera ánima que apareció en la zanja fue la de Elpenor, uno de sus propios marineros que pocos días antes, borracho, se había dormido en el techo del palacio de Circe y, al despertar aturdido, cayó a tierra y se mató. Odiseo había abandonado Eea tan apresuradamente que no advirtió la ausencia de Elpenor hasta que era ya demasiado tarde, y ahora le prometió un entierro decente. «¡Pensar que has llegado aquí a pie más rápidamente que yo en la nave!», exclamó. Pero negó a Elpenor el menor sorbo de la sangre, aunque él se lo pidió lastimeramente.
n. Una multitud mixta de espíritus se reunió alrededor de la zanja, hombres y mujeres de todas las épocas y todas las edades, entre los que se hallaban Anticlea, la madre de Odiseo, pero ni siquiera a ella le dejó beber antes de que lo hiciera Tiresias. Por fin apareció Tiresias, quien lamió la sangre agradecidamente y aconsejó a Odiseo que mantuviera a sus hombres bajo un control severo una vez que estuvieran a la vista de Sicilia, su próxima recalada, para que no sintieran la tentación de robar el ganado del titán-sol Hiperión. Debía esperar grandes dificultades en Ítaca, y aunque podría vengarse de los bribones que devoraban allí sus bienes, sus viajes no terminarían todavía. Debía tomar un remo y llevarlo al hombro hasta que llegara a una región interior donde ningún hombre salaba la carne y donde confundirían al remo con un bieldo. Si entonces hacía sacrificios a Posidón podría volver a Ítaca y gozar de una ancianidad dichosa, pero al final la muerte le llegaría del mar.
o. Después de dar las gracias a Tiresias y de prometerle la sangre de otra oveja negra a su regreso de Ítaca, Odiseo permitió por fin a su madre que saciara su sed. Ella le dio más noticias de su casa, pero guardó un silencio discreto acerca de los pretendientes de su nuera. Cuando se hubo despedido, las almas de numerosas reinas y princesas se agolparon para beber la sangre. A Odiseo le causó gran complacencia encontrarse con personajes tan conocidos como Antíope, Yocasta, Cloris, Pero, Leda, Ifimedia, Fedra, Procris, Ariadna, Mera, Clímene y Enfila.
p. Luego conversó con un grupo de excompañeros: Agamenón, quien le aconsejó que desembarcara en Ítaca secretamente; Aquiles, a quien alegró informándole de las grandes hazañas de Neoptólemo; y Áyax el Grande, quien todavía no le había perdonado y se alejó torvamente. Odiseo vio también a Minos juzgando, a Orion cazando, a Tántalo y Sísifo sufriendo, y a Heracles —o más bien su espectro, pues Heracles asiste cómodamente a los banquetes de los dioses inmortales—, quien le compadeció por sus largos trabajos[8].
q. Odiseo navegó sin inconveniente de vuelta a Eea, donde enterró el cadáver de Elpenor y colocó su remo en el túmulo como recuerdo. Circe le recibió alegremente y le dijo: «¡Qué temeridad ha sido haber visitado el país de Hades! Una muerte basta para la mayoría de los hombres, pero ahora tú tendrás dos.» Le advirtió que a continuación tenía que pasar por la Isla de las Sirenas, cuyas bellas voces encantaban a todos los que navegaban por las cercanías. Esas hijas de Aqueloo, o, según dicen algunos, de Forcis, y la musa Terpsícore, o Estérope, hija de Portaón, tenían rostros de muchacha, pero patas y plumas de aves, y se dan muchas versiones diferentes para explicar esa peculiaridad: como que jugaban con Core cuando la raptó Hades, y que Deméter, ofendida porque no habían acudido en su ayuda, les dio alas y dijo: «¡Idos y buscad a mi hija por todo el mundo!» O que Afrodita las transformó en aves porque, por orgullo, no querían entregar su virginidad a los dioses ni los hombres. Pero ya no pueden volar, porque las Musas les vencieron en un certamen musical y les arrancaron las plumas de las alas para hacerse coronas. Ahora permanecen sentadas, cantando en una pradera entre los montones de huesos de los marineros a los que han arrastrado a la muerte. «Tapa los oídos de tus hombres con cera de abejas —le aconsejó Circe— y si tú deseas escuchar su música, haz que tus marineros te aten de manos y pies al mástil y oblígales a jurar que no te soltarán por muy rudamente que les amenaces.» Circe previno a Odiseo acerca de otros peligros que les esperaban cuando él fue a despedirse; y luego partió, llevado una vez más por un viento favorable.
r. Cuando el navío se acercaba a la Isla de las Sirenas, Odiseo siguió el consejo de Circe, y las sirenas cantaron tan dulcemente, prometiéndole el conocimiento previo de todos los futuros acontecimientos en la tierra, que gritó a sus compañeros, amenazándoles con la muerte si no lo soltaban, pero, obedeciendo sus órdenes anteriores, lo único que hicieron fue atarlo todavía más fuertemente al mástil. Así la nave siguió navegando sin peligro y las sirenas, sintiéndose vejadas, se suicidaron[9].
s. Algunos creen que había solamente dos sirenas; otros, que eran tres, a saber: Parténope, Leucosia y Ligia; o Pisínoe, Agláope y Telxiepia; o Aglaofeme, Telxíope y Molpe. Otros nombran a cuatro: Teles, Redne, Telxíope y Molpe[10].
t. El siguiente peligro de Odiseo consistía en el paso entre dos riscos, en uno de los cuales se refugiaba Escila, y en el otro, Caribdis, su compañera monstruosa. Caribdis, hija de la Madre Tierra y Posidón, era una mujer voraz que había sido arrojada por el rayo de Zeus al mar y ahora, tres veces al día, aspiraba el agua en gran volumen y poco después la vomitaba. Escila, en un tiempo bella hija de Hécate Gratéis y Forcis, o Forbante —o de Equidna y Tifón, Tritón o Tirrenio— había sido transformada en un monstruo semejante a un perro con seis cabezas espantosas y doce patas. Eso había hecho Circe, celosa del amor que sentía por ella el dios marino Glauco; o Anfitrite, igualmente celosa del amor de Posidón. Se apoderaba de los marineros, les rompía los huesos y los devoraba lentamente. Casi lo más extraño de Escila era su gañido, no más fuerte que el plañido de un cachorro recién nacido. Tratando de eludir a Caribdis, Odiseo se acercó un poco excesivamente a Escila, la cual, inclinándose sobre la borda, arrebató de la cubierta a seis de sus marineros más capaces, llevándose a uno en cada boca, y los llevó a las rocas, donde los devoró cómodamente. Ellos chillaron y tendieron las manos hacia Odiseo, pero él no se atrevió a tratar de salvarlos y siguió adelante[11].
u. Odiseo siguió este rumbo para evitar las Rocas Errantes o Chocantes entre las cuales sólo había conseguido pasar el Argo; no sabía que ahora estaban asentadas fijamente en el lecho del mar. Pronto llegó a la vista de Sicilia, donde el Titán-Sol Hiperión, al que algunos llaman Helio, apacentaba siete manadas de magníficas vacas, a razón de cincuenta por cada rebaño, y grandes rebaños de robustas ovejas. Odiseo hizo que sus hombres juraran solemnemente que se contentarían con las provisiones que les había dado Circe y no robarían una sola vaca. Entonces desembarcaron y amarraron el navío, pero el Viento Sur sopló durante treinta días, comenzó a escasear la comida y aunque los marineros cazaban o pescaban todos los días, era poco lo que conseguían. Al fin Euríloco, desesperado por el hambre, llevó aparte a sus compañeros y les indujo a matar parte del ganado, en compensación por lo cual, se apresuró a añadir, erigirían a Hiperión un templo magnífico a su regreso a Ítaca, se apoderaron de varias vacas, las mataron, sacrificaron a los dioses los fémures y la grasa y asaron buena carne suficiente para un banquete de seis días.
v. Odiseo se horrorizó cuando despertó y vio lo que había sucedido y lo mismo le pasó a Hiperión cuando se enteró de ello por Lampecia, su hija y jefa de las vaqueras. Hiperión se quejó a Zeus, quien, al ver que la nave de Odiseo había sido botada al agua de nuevo, envió una súbita tormenta del oeste que derribó el mástil, haciéndolo caer sobre la cabeza al timonel; luego descargó un rayo en la cubierta. La nave se hundió y todos los que iban a bordo se ahogaron, con excepción de Odiseo. Éste consiguió amarrar el mástil y la quilla flotantes con una cuerda de cuero de buey y se sentó a horcajadas en esa embarcación provisional. Pero comenzó a soplar un viento del sur que lo llevó de nuevo hacia el remolino de Caribdis. Odiseo se asió al tronco de una higuera silvestre arraigada en lo alto del risco y colgado de ella esperó sin cejar a que el mástil y la quilla fuesen tragados y vomitados de nuevo; luego se asentó otra vez en ellos y se alejó remando con los brazos. Tras nueve días de ir a la deriva desembarcó en la isla Ogigia, donde vivía Calipso, la hija de Tetis y Océano, o quizá de Nereo, o Atlante[12].
w. Bosquecillos de alisos, álamos negros y cipreses, con búhos, halcones y locuaces cuervos marinos posados en sus ramas ocultaban la gran cueva de Calipso. Una parra se extendía a través de la entrada. Perejil y lirios crecían densamente en una pradera adjunta, regada por cuatro claros riachuelos. Allí la bella Calipso recibió a Odiseo cuando salió a tierra tambaleando y le ofreció comida abundante, bebidas fuertes y una parte de su blando lecho. «Si te quedas conmigo —le dijo— gozarás de la inmortalidad y de una juventud eterna.» Algunos dicen que fue Calipso, y no Circe, quien le dio su hijo Latino, además de los mellizos Nausítoo y Nasínoo.
x. Calipso retuvo a Odiseo en Ogigia durante siete años —o quizá durante sólo cinco— y trató de hacer que olvidara a Ítaca, pero él se cansó pronto de sus abrazos y solía sentarse abatido en la costa, mirando fijamente el mar. Por fin, aprovechando la ausencia de Posidón, Zeus envió a Hermes con la orden de que Calipso dejara en libertad a Odiseo. Ella no podía hacer otra cosa que obedecer y, en consecuencia, le dijo a Odiseo que construyera una balsa, que ella abastecería suficientemente con un saco de cereal, odres con vino y agua y carne seca. Aunque Odiseo sospechaba una trampa, Calipso juró por el Éstige que no le engañaría y le prestó un hacha, una azuela, taladros y todas las otras herramientas necesarias. Sin necesidad de que le alentara, Odiseo improvisó una balsa con una veintena de troncos de árbol enlazados, la botó al agua con rodillos, dio a Calipso un beso de despedida y partió empujado por una suave brisa.
y. Posidón había estado visitando a sus intachables amigos los etíopes, y cuando volvía a casa por el mar en su carro alado vio de pronto la balsa. Al momento arrojó a Odiseo por la borda una ola gigantesca y las ricas ropas que llevaba lo arrastraron a las profundidades del mar hasta que sus pulmones parecían a punto de estallar. Pero como era un buen nadador, consiguió quitarse las ropas, volver a la superficie y subir de nuevo a la balsa. La compasiva diosa Leucotea, anteriormente Ino, esposa de Atamante, se posó junto a él adoptando la forma de una gaviota. En el pico tenía un velo y le dijo a Odiseo que se lo enrollase alrededor de la cintura antes de volver a sumergirse en el mar. Le prometió que ese velo le salvaría. Odiseo vacilaba en obedecer, pero cuando otra ola hizo añicos la balsa enrolló el velo a su alrededor y se alejó nadando. Como Posidón estaba ya de vuelta en su palacio submarino de las cercanías de Eubea, Atenea se atrevió a enviar un viento que calmase las olas al paso de Odiseo, quien dos días después fue arrojado a la costa, completamente agotado, en la isla de Drepane, entonces ocupada por los feacios. Allí se tendió al abrigo de un matorral junto a un arroyo, se cubrió con hojas secas y se durmió profundamente[13].
z. A la mañana siguiente la hermosa Nausícaa, hija del rey Alcínoo y la reina Arete, la pareja real que en otro tiempo se había mostrado tan bondadosa con Jasón y Medea, fue a lavar sus ropas en el arroyo. Cuando terminó la tarea se puso a jugar a la pelota con sus esclavas. La pelota fue a caer en el agua, las mujeres gritaron acongojadas y Odiseo se despertó alarmado. Estaba desnudo, pero utilizó una frondosa rama de olivo para ocultar su desnudez, se acercó sigilosamente y dirigió palabras tan dulces a Nausícaa que ella lo tomó discretamente bajo su protección y lo condujo a su palacio. Allí Alcínoo hizo numerosos regalos a Odiseo y, después de escuchar el relato de sus aventuras, lo envió a Ítaca en un buen navío. Sus acompañantes conocían bien la isla. Anclaron en el puerto de Forcis, pero decidieron no perturbar su profundo sueño, lo llevaron a la playa y lo dejaron suavemente en la arena, depositando los regalos de Alcínoo bajo un árbol cercano. Posidón, no obstante, estaba tan molesto por la bondad de los feacios con Odiseo que golpeó el navío con la palma de la mano cuando volvía a Drepane y lo convirtió con tripulantes y todo en piedra. Alcínoo se apresuró a sacrificar doce toros selectos a Posidón, quien ahora amenazaba con privar a la ciudad de sus dos puertos arrojando una gran montaña entre ellos; y algunos dicen que así lo hizo. «¡Esto nos enseñará a no ser hospitalarios en el futuro!», le dijo Alcínoo a Arete amargamente[14].
Apolodoro nos dice (Epítome vii.29) que «algunos han tomado la Odisea como el relato de un viaje alrededor de Sicilia». Samuel Butler llegó independientemente a la misma opinión e interpretó a Nausícaa como un autorretrato de la autora, una noble siciliana joven y talentosa del distrito de Érix. En su Authoress of the Odyssey aduce el conocimiento íntimo que se muestra de la vida doméstica en la corte, en contraste con el conocimiento incompleto de la navegación y de la economía pastoril, y hace hincapié en «la preponderancia del interés femenino». Señala que sólo una mujer podía haber hecho que Odiseo se entrevistase con las mujeres famosas del pasado antes que con los hombres famosos y, en su discurso de despedida a los feacios, expusiese la esperanza en que «continuarán complaciendo a sus esposas e hijos», en vez de lo contrario (Odisea xiii.44-5); o hacer que Helena diese palmadas en el Caballo de Madera y embromase a los hombres que estaban adentro (véase 167. a). Es difícil no estar de acuerdo con Butler. El estilo ligero, humorístico, ingenuo y vivo de la Odisea es casi seguramente femenino. Pero Nausícaa ha combinado y localizado en su Sicilia natal dos leyendas diferentes, ninguna de las dos inventadas por ella: el regreso semi-histórico de Odiseo de Troya, y las aventuras alegóricas de otro héroe —llamémosle Ulises— que, como Sísifo, el abuelo de Odiseo (véase 67.2) no quería morir al término de su período de soberanía. La leyenda de Odiseo incluiría la incursión en Ismaro, la tempestad que lo llevó lejos al sudoeste, el regreso por Sicilia e Italia, el naufragio en Drépane (Corfú) y su venganza final de los pretendientes. Todos, o casi todos, los otros episodios corresponden a la fábula de Ulises. El país de los lotos, la caverna del cíclope, el puerto de Telépilo, Eea, el Bosque de Perséfone, la Isla de las Sirenas, Ogigia, Escila y Caribdis, las profundidades del mar, e inclusive la Bahía de Forcis, todos ellos son diferentes metáforas de la muerte que eludía. A esas elusiones se puede agregar su ejecución de la anciana Hécabe, llamada también Mera o Can Menor, a la que debía haber sido sacrificado el sucesor de Icario (véase 168.1).
Tanto Escilax (Periplus 10) como Herodoto (iv.77) sabían que los lotófagos eran una nación que vivía en la Libia occidental cerca de la matriarcal Gindanes. Su producto principal era el sabroso y nutritivo cordia myxa, un fruto dulce y pegajoso que crecía en racimos parecidos a los de la uva, y que, prensado y mezclado con cereal (Plinio: Historia natural xiii.32; Teofrasto: Historia de las plantas iv.3.1), en una ocasión alimentó a un ejército que marchaba contra Cartago. Se ha confundido al cordia myxa con el rhamnus zizyphus, una especie de manzana silvestre que da una sidra áspera y tiene cuesco en vez de pepitas. El olvido producido por la comida de lotos se explica a veces como debido a la fuerza de su bebida, pero comer loto no es lo mismo que beber loto. Por tanto, como el hecho de que el rey sagrado probase una manzana que le daba la Belle Dame Sans Merci equivalía a aceptar la muerte por sus manos (véase 33.7 y 133.4), el cauto Ulises, quien sabía que los reyes y guerreros pálidos languidecían en el Infierno a causa de una manzana, se negó a probar el rhamnus. En una balada escocesa del culto de las brujas a Tomás el Rimador se le advierte que no debe tocar las manzanas del Paraíso que le muestra la Reina de Elphame.
La caverna del cíclope es claramente un lugar de muerte y el grupo de Odiseo se componía de trece hombres: el número de los meses durante los que reinaba el rey primitivo. El Polífemo de un solo ojo, que a veces tiene una madre bruja, aparece en los cuentos populares de toda Europa y su origen puede remontarse hasta el Cáucaso; pero los doce compañeros sólo figuran en la Odisea. Cualquiera que pueda ser el significado del cuento caucásico, A. B. Cook, en su Zeus (págs. 302-23) demuestra que el ojo del cíclope era un emblema solar griego. Sin embargo, cuando Odiseo cegó a Polifemo para evitar que lo devorase como a sus compañeros, el Sol siguió brillando. Sólo el ojo del dios Baal, o Moloch, o Tesup, o Polifemo («famoso»), que exigía el sacrificio humano, había sido sacado, y el rey se llevó triunfalmente los carneros robados. Como el escenario pastoril del cuento caucásico se conservó en la Odisea, y su monstruo tenía un solo ojo, se lo pudo confundir con uno de los cíclopes pre-helenos, famosos forjadores de metal cuya cultura se había extendido a Sicilia y que quizá tenían un ojo tatuado en el centro de la frente como una marca de clan (véase 3.2).
Telépilo, que significa «la puerta lejana [del Infierno]», se halla en el extremo norte de Europa, el País del Sol de Medianoche, donde el pastor que vuelve a casa saluda al que sale de ella. A esa región fría, «detrás del Viento Norte», corresponden las Rocas Errantes o Chocantes, es decir, los témpanos de hielo (véase 151.1), y también los cimerios, cuya oscuridad al mediodía complementaba su sol de medianoche en junio. Fue quizás en Telépilo donde Heracles luchó con Hades (véase 139.1); si es así, la batalla se realizó durante su visita a los Hiperbóreos (véase 125.1). Los lestrigones («de una raza muy dura») eran quizás habitantes de los fiordos noruegos, de cuyo comportamiento bárbaro se advertía a los mercaderes de ámbar cuando iban a Bornholm y la costa meridional del Báltico.
Eea («lamento») es una isla de la muerte típica donde la conocida diosa de la Muerte canta mientras teje. La leyenda de los argonautas la sitúa a la entrada del golfo adriático; puede ser muy bien Lussin, cerca de Pola (véase 148.9). Circe significa «halcón», y tenía un cementerio en Cólquide, en el que había sauces dedicados a Hécate. Los hombres transformados en animales sugieren la doctrina de la metemsicosis, pero el cerdo está consagrado particularmente a la diosa Muerte y los alimenta con cornejo de Crono, el alimento rojo de la muerte, por lo que quizá son simplemente espectros (véase 24.11 y 33.7). Los gramáticos no han podido decidir qué era el moly de Hermes. Tzetzes (Sobre Licofrón 679) dice que los farmacéuticos lo llaman «ruda silvestre»; pero la descripción de la Odisea indica el ciclamino silvestre, que es difícil encontrar, además de tener pétalos blancos, bulbos oscuros y un olor muy dulce. Escritores clásicos posteriores atribuyeron el nombre «moly» a una especie de ajo con flor amarilla que, según se creía, brotaba (como la cebolla, la escila y el verdadero ajo) cuando menguaba la luna más bien que cuando crecía, y de aquí que sirviera como contraencantamiento de la magia lunar de Hécate. Marduk, el héroe babilonio, olió una hierba divina como antídoto del olor nocivo de la diosa marina Tiamat, pero en la epopeya no se describe su especie (véase 35.5).
El bosque de álamos negros de Perséfone se hallaba en el Tártaro del lejano occidente y Odiseo no «descendió» a él, como Heracles (véase 134.c), Eneas y Dante, aunque Circe suponía que lo había hecho (véase 31.a). Flegetonte, Cocito y Aqueronte pertenecen propiamente al Infierno subterráneo. Sin embargo, la autora de la Odisea poseía pocos conocimientos geográficos y apelaba a los vientos Oeste, Sur y Norte al azar. Odiseo debía haber sido llevado por los vientos del este a Ogigia y el Bosque de Perséfone, y por los vientos del sur a Telépilo y Eea; sin embargo, tenía alguna justificación para hacer que Odiseo navegara rumbo al este a Eea, como el País de la Aurora, donde los héroes Orion y Titono habían encontrado la muerte. Las entradas de las tumbas micénicas en forma de colmenas hacen frente al este; y Circe, por ser hija de Helio, tenía a Eos («aurora») como tía.
Las sirenas (véase 154.3) aparecían talladas en los monumentos funerarios como ángeles de la muerte que cantaban himnos fúnebres al son de la lira, pero también se les atribuía propósitos eróticos con los héroes a los que lloraban; y como se creía que el alma se alejaba volando en forma de ave, se las representaba, como a las Harpías, en forma de ave de presa que esperaban a apresarla y protegerla. Aunque eran hijas de Forcis, o Infierno, y por tanto primas hermanas de las Harpías, no vivían bajo la tierra o en cavernas, sino en una isla sepulcral verde parecida a Eea u Ogigia; y eran particularmente peligrosas cuando no soplaba el viento al mediodía, la hora de las insolaciones y las pesadillas de la siesta. Puesto que se las llama también hijas de Aqueloo, su isla puede haber sido originalmente una de las Equínades, en la desembocadura del río Aqueloo (véase 142J). Los sicilianos las situaban cerca del cabo Pelero (ahora Faro) en Sicilia; los latinos, en las islas Sirenusas, cerca de Napóles o en Capri (Estrabón: i. 12. Véase 154.d y 3).
«Ogigia», el nombre de otra isla sepulcral, parece ser la misma palabra que «Océano», y Ogen es la forma intermedia; y Calipso («oculta» u «ocultadora») es una diosa de la Muerte más, como lo demuestra su caverna rodeada por alisos —consagrados al dios de la Muerte, Crono, o Bran— en cuyas ramas se posan sus cuervos marinos, o chovas (véase 98.j) y sus propios búhos y halcones. El perejil era un emblema de luto (véase 106J) y el lirio una flor de la muerte (véase 85.1). Prometió a Odiseo una juventud eterna, pero él deseaba la vida y no la inmortalidad heroica.
Escila («la que se desgarra»), hija de Forcis, o Hécate, y Caribdis («la que hunde chupando») son títulos de la diosa del Mar destructora. Estos nombres se atribuyeron a las rocas y corrientes de ambos lados del estrecho de Mesina, pero se los debe entender en un sentido más amplio (véase 16.2 y 91.2). Leucotea (véase 70.4) como gaviota era la diosa del Mar llorando un naufragio (véase 45.2). Como a la diosa del Mar cretense se la representaba también como un pulpo (véase 81.1) y Escila arrastró a los tripulantes de la nave de Odiseo, es posible que los cretenses que comerciaban con la India conocieran grandes variedades tropicales desconocidas en el Mediterráneo, a las que se atribuyen estos hábitos peligrosos. La descripción del gañido de Escila tiene mayor importancia mitológica que la que parece a primera vista: la identifica con los sabuesos de la muerte blancos y de orejas rojas, la Jauría Espectral, los Sabuesos de Gabriel de la leyenda británica, que persiguen a las almas de los condenados. Eran los antiguos perros de caza egipcios, consagrados a Anubia y que todavía se crían en la isla de Ibiza, los cuales cuando persiguen a su presa hacen un ruido «interrogante» parecido al plañido de los cachorros o a la música de los barnaclas migrantes (véase Diosa Blanca, p. 411).
Sólo dos episodios que se producen entre la escaramuza de Odiseo con los cicones y su llegada a Feacia parecen no relacionarse con el rechazo de la muerte repetido nueve veces: a saber, su visita a la Isla de Éolo y el robo del ganado de Hiperión. Pero los vientos a cargo de Éolo eran espíritus de los muertos (véase 43.5); y el ganado de Hiperión es el que robó Heracles en su décimo trabajo, esencialmente una perturbación del Infierno (véase 132.1). Que Odiseo alegara que no había intervenido en la incursión significa poco; tampoco su abuelo materno, Autólico (véase 160.c) confesó su robo del ganado solar (véase 67.c).
Odiseo, cuyo nombre, significa «enojado», representa al rey sagrado de rostro rojo (véase 27.12) recibe en latín el nombre de «Ulises» o «Úlixes» —palabra formada probablemente con oulos, «herida», e isches «muslo»—, con referencia a la herida causada por el colmillo de un jabalí que su anciana nodriza reconoció cuando volvió a Ítaca (véase l60.c y 171.g). Era una forma común de la muerte de un rey que le hiriese en el muslo un jabalí, pero de algún modo Odiseo había sobrevivido a la herida (véase 18.7 y 151.2).
- LA VUELTA DE ODISEO AL HOGAR
a. Cuando Odiseo se despertó no reconoció al principio su isla natal, a la que Atenea había hecho objeto de un encantamiento deformante. Poco después se presentó ella disfrazada de muchacho pastor y escuchó su larga y mentirosa narración de cómo era un cretense que, después de matar al hijo de Idomeneo, había huido hacia el norte en una nave sidonia y allí fue arrojado a tierra contra su voluntad. «¿Qué isla es ésta?», preguntó. Atenea rió y acarició la mejilla de Odiseo. «¡Eres, ciertamente, un mentiroso maravilloso! —le dijo—. Si no hubiera conocido la verdad me habrías engañado fácilmente. Pero lo que me sorprende es que no hayas descubierto mi disfraz. Soy Atenea; los feacios te desembarcaron aquí siguiendo mis instrucciones. Lamento que hayas tardado tantos años en volver a tu casa, pero yo no me atrevía a ofender a mi tío Posidón ayudándote demasiado abiertamente.» Le ayudó a guardar en una cueva las calderas, los trípodes, los mantos de púrpura y las copas de oro que le habían regalado los feacios, y luego lo transformó de manera que no se le podía reconocer: le marchitó la piel, le adelgazó y blanqueó el cabello rojizo, lo vistió con sucios harapos y lo llevó a la choza de Eumeo, el anciano y fiel porquerizo del palacio. Atenea acababa de volver de Esparta, adonde había ido Telémaco para preguntar a Menelao, recién vuelto de Egipto, si podía darle alguna noticia de Odiseo. Ahora hay que explicar que, dando por supuesta la muerte de Odiseo, no menos que ciento doce príncipes jóvenes e insolentes de las islas que formaban el reino —Duliquio, Samos, Zacinto e Itaca— cortejaban a su esposa Penélope, cada uno con la esperanza de casarse con ella y ocupar el trono; y habían convenido entre ellos en asesinar a Telémaco a su regreso de Esparta[15].
b. Cuando pidieron por primera vez a Penélope que decidiera entre ellos, ella declaró que sin duda Odiseo debía vivir todavía, porque su futura vuelta al hogar había sido predicha por un oráculo digno de confianza; y más tarde, como le apremiaban fuertemente, prometió tomar una decisión tan pronto como terminara la mortaja que debía tejer en previsión de la muerte del anciano Laertes, su suegro. Pero esta tarea le llevó tres años, pues lo que tejía de día lo destejía por la noche, hasta que al fin los pretendientes se dieron cuenta de la treta. Durante todo ese tiempo se divertían en el palacio de Odiseo, bebían su vino, comían sus cerdos, ovejas y vacas y seducían a sus sirvientas[16].
c. A Eumeo, quien recibió a Odiseo bondadosamente, le hizo otro relato falso, aunque le declaró bajo juramento que Odiseo vivía y se dirigía a su hogar. Telémaco desembarcó inesperadamente, eludiendo los planes para asesinarlo de los pretendientes, y fue directamente a la choza de Eumeo; Atenea le había hecho volver apresuradamente de Esparta. Pero Odiseo no reveló su identidad hasta que Atenea se lo permitió y le devolvió mágicamente su verdadero aspecto. Siguió una conmovedora escena de reconocimiento entre padre e hijo. Pero Eumeo no estaba todavía en el secreto y no se permitió a Telémaco que diera la noticia a Penélope.
d. Disfrazado otra vez de mendigo, Odiseo fue a espiar a los pretendientes. En el camino se encontró con el cabrero Melencio, quien le increpó con palabras groseras y le dio un puntapié en la cadera, pero Odiseo no quiso vengarse inmediatamente. Cuando llegó al patio del palacio encontró al viejo Argo, en un tiempo famoso perro de caza, tendido en un estercolero, sarnoso, decrépito y atormentado por las pulgas. Argo movió al verlo el rabo descarnado y dejó caer las orejas lacias, pero no pudo salir al encuentro de Odiseo, quien a hurtadillas se enjugó una lágrima mientras Argo expiraba[17].
e. Eumeo condujo a Odiseo a la sala de los banquetes, donde Telémaco, simulando que no sabía quién era, le ofreció hospitalidad. Apareció Atenea, aunque inaudible e invisible para todos menos para Odiseo, y le sugirió que recorriese la sala mendigando migajas a los pretendientes, pues así se enteraría de qué clase de hombres eran. Él lo hizo y vio que eran no menos tacaños que rapaces. El más desvergonzado de todos, Antínoo de Ítaca (a quien dio una versión completamente diferente de sus aventuras) le arrojó airadamente un escabel. Odiseo, pasándose la mano por el hombro magullado, apeló a los otros pretendientes, quienes estuvieron de acuerdo en que Antínoo debía haberse mostrado más cortés; y Penélope, cuando sus doncellas le informaron del incidente, quedó escandalizada. Hizo llamar al supuesto mendigo, con la esperanza de que le diera noticias de su perdido esposo. Odiseo prometió ir a la sala de recibo regia esa noche y decirle a Penélope todo lo que deseaba saber[18].
f. Entre tanto, un robusto mendigo de Ítaca apodado Iro porque, como la diosa Iris, hacía todos los mandados que se le ordenaban, trató de arrojar a Odiseo del umbral. Como él no quiso moverse, Iro le desafió a un pugilato, y Antínoo, riendo cordialmente, ofreció al vencedor las entrañas de una cabra y un asiento en la mesa de los pretendientes. Odiseo se recogió los andrajos, los sujetó debajo del cinturón deshilachado que llevaba y se enfrentó a Iro. El bellaco retrocedió al ver sus abultados músculos, pero las mofas de los pretendientes le impidieron emprender una fuga precipitada. Luego Odiseo lo derribó de un solo golpe, cuidando de no llamar demasiado la atención asestándole uno mortal. Los pretendientes aplaudieron, se burlaron, disputaron, se acomodaron para su banquete vespertino, brindaron por Penélope, quien se presentó para recibir de todos ellos regalos de boda (aunque sin la intención de tomar una decisión definitiva) y al anochecer se dispersaron a sus diversos alojamientos[19].
g. Odiseo ordenó a Telémaco que sacara las lanzas que colgaban de las paredes de la sala de banquetes y las guardara en la armería mientras él iba a ver a Penélope. Ella no le reconoció y él le relató un cuento largo y minucioso describiendo un encuentro con Odiseo, quien, según dijo, había ido a consultar al oráculo de Zeus en Dodona, pero pronto estaría de vuelta en Ítaca. Penélope le escuchó atentamente y ordenó a Euriclea, la anciana nodriza de Odiseo, que le bañara los pies. Euriclea reconoció en seguida la cicatriz que tenía en el muslo y lanzó un grito de alegría y sorpresa, pero Odiseo le asió la marchita garganta y le obligó a guardar silencio. Penélope no se dio cuenta del incidente, pues Atenea distrajo su atención[20].
h. Al siguiente día, en otro banquete, Agelao de Same, uno de los pretendientes, preguntó a Telémaco si no podía convencer a su madre para que tomase una decisión. Penélope anunció inmediatamente que estaba dispuesta a aceptar a cualquier pretendiente que emulase la hazaña de Odiseo haciendo pasar una flecha a través de doce anillos de hacha, estando las hachas colocadas en línea recta con los mangos clavados en una zanja. Les mostró el arco que debían utilizar; era el que le había dado Ífito a Odiseo veinticinco años antes, cuando fue a protestar en Mesena por el robo hecho en Ítaca de trescientas ovejas y sus pastores. En un tiempo perteneció a Éurito, el padre de Ífito, a quien Apolo mismo había enseñado el arte de la ballestería, pero a quien Heracles venció y mató. Algunos de los pretendientes trataron de estirar la cuerda del arma poderosa, pero no lo consiguieron, ni siquiera después de ablandar la madera con sebo. En consecuencia se decidió aplazar la prueba hasta el día siguiente. Telémaco, quien fue el que estuvo más cerca de realizar la hazaña, dejó el arco al advertir una señal de Odiseo. En seguida Odiseo, a pesar de las protestas y los insultos vulgares —durante los cuales Telémaco se vio obligado a ordenar a Penélope que volviera a su habitación— tomó el arco, lo estiró fácilmente e hizo vibrar la cuerda melodiosamente para que todos la oyeran. Apuntó cuidadosamente y disparó una flecha que pasó a través de los doce anillos. Entretanto Telémaco, que había salido apresuradamente, volvió a entrar con una espada y una lanza y Odiseo mostró por fin quién era hiriendo a Antínoo en la garganta.
i. Los pretendientes se levantaron de un salto y corrieron a las paredes, pero se encontraron con que las lanzas ya no estaban en sus lugares habituales. Eurímaco pidió misericordia, y cuando Odiseo se la negó, desenvainó la espada y le acometió, pero una flecha le atravesó el hígado y cayó moribundo. Siguió una lucha feroz entre los pretendientes desesperados armados con espadas y Odiseo, armado únicamente con el arco, pero apostado delante de la entrada principal de la sala. Telémaco corrió a la armería y volvió con escudos, lanzas y yelmos para armar a su padre, Eumeo y Filecio, los dos fieles sirvientes que estaban junto a él, pues aunque Odiseo había matado a muchos pretendientes, casi se le habían agotado las flechas. Melancio, quien se había deslizado a hurtadillas por una puerta lateral para llevar armas a los pretendientes, fue sorprendido y muerto en su segunda visita a la armería, antes que consiguiera armar a más de unos pocos. La matanza continuó y Atenea, en forma de golondrina, revoloteó gorjeando por la sala hasta que todos los pretendientes y sus partidarios yacían muertos, con la única excepción del heraldo Medonte y el bardo Femio, a quienes Odiseo perdonó la vida porque no le habían hecho daño activamente y porque sus personas eran sacrosantas. Luego se detuvo para preguntar a Euriclea, quien había encerrado a las mujeres del palacio en sus alojamientos, cuántas de ellas habían permanecido fieles a su causa. Ella contestó: «Sólo doce se han deshonrado, señor.» Llamó a las sirvientas culpables y les obligó a limpiar la sangre derramada en la sala con esponjas y agua, y cuando terminaron ese trabajo las ahorcó en fila. Patearon un poco, pero pronto terminó todo. Luego Eumeo y Filecio cortaron a Melancio las extremidades —la nariz, las manos, los pies y los órganos genitales— y las arrojaron a los perros[21]
j. Por fin Odiseo, reunido al cabo con Penélope y con su padre Laertes, les relató sus diversas aventuras, esta vez ateniéndose a la verdad. Se acercó una fuerza de rebeldes de Itaca, parientes de Antínoo y de los otros pretendientes muertos, y al ver que superaban en número a Odiseo y sus amigos, el anciano Laertes intervino vigorosamente en la lucha, que marchaba bastante bien para ellos, hasta que Atenea medió e impuso una tregua[22]. Entonces los rebeldes iniciaron una acción legal conjunta contra Odiseo y designaron como juez a Neoptólejmo, rey de las islas del Epiro. Odiseo convino en aceptar el veredicto, y Neoptólemo dictaminó que debía dejar su reino y no volver a él hasta que pasaran diez años, durante los cuales los herederos de los pretendientes debían compensarle por sus depredaciones, con pagos a Telémaco, quien sería el rey[23].
k. Pero faltaba todavía aplacar a Posidón y Odiseo partió a pie, como le había aconsejado Tiresias, a través de las montañas del Epiro, llevando un remo al hombro. Cuando llegó a Tesprotis las campesinos le preguntaron: «Extranjero, ¿por qué un bieldo en primavera?» En consecuencia sacrificó un carnero, un toro y un jabalí a Posidón y quedó perdonado[24]. Como no podía volver a Itaca todavía, se casó con Calídice, reina de los tesprotios, y mandó su ejército en una guerra contra los brigios, bajo la dirección de Ares; pero Apolo exigió una tregua. Nueve años después Polipetes, el hijo de Odiseo con Calídice, subió al trono de Tesprotis y Odiseo volvió a Itaca, que gobernaba entonces Penélope en nombre de su joven hijo Poliportes; Telémaco había sido desterrado a Cefalenia porque un oráculo anunció: «¡Odiseo, tu propio hijo te matará!» En Itaca le llegó la muerte a Odiseo desde el mar, como había predicho Tiresias. Su hijo con Circe, Telégono, que navegaba en busca de él, hizo una incursión en Ítaca, a la que confundió con Corcira, y Odiseo salió para rechazar el ataque. Telégono le mató en la orilla y el arma fatal era una lanza reforzada con el espinazo de una pastinaca. Después de pasar en el destierro el año que exigía la costumbre, Telégono se casó con Penélope y Telémaco lo hizo con Circe, y así las dos ramas de la familia se unieron estrechamente[25].
l. Algunos niegan que Penélope se mantuvo fiel a Odiseo. La acusan de haber tenido relaciones amorosas con Anfínomo de Duliquio, o con todos los pretendientes por turno, y dicen que el fruto de esa unión fue el monstruoso dios Pan, a la vista del cual Odiseo huyó avergonzado a Etolia, después de enviar a Penélope deshonrada a casa de su padre Icario en Mantinea, donde todavía se muestra su tumba. Otros dicen que tuvo a Pan con Hermes, y que Odiseo se casó con una princesa etolia, la hija del rey Toante, engendró con ella a su hijo menor Leontófono y murió anciano y próspero[26].
El asesinato de los pretendientes por Odiseo pertenece a la alegoría de Ulises: es un ejemplo más de la resistencia del rey sagrado a morir al término de su reinado. Es decir, que interviene en el certamen con los arcos realizado para elegir a su sucesor (véase 135.1) y mata a todos los candidatos. Una prueba de ballestería primitiva que debía realizar el candidato al reino parece haber consistido en hacer pasar una flecha por un anillo colocado en la cabeza de un niño (véase 162.10).
En ninguna parte sugiere directamente la Odisea que Penélope fuera infiel a su marido durante su larga ausencia, aunque en el Libro xviii.281-3 fascina a los pretendientes con su coquetería, obtiene de ellos regalos y muestra una preferencia decidida por Anfínomo de Duliquio (Odisea xvi. 394-8). Pero Odiseo no confía en ella lo bastante para revelar quién es hasta que ha matado a sus rivales; y su madre, Anticlea, demuestra que hay algo que ocultar cuando no le dice ni una palabra acerca de los pretendientes (Odisea xi.180 y ss.). Él relato arcaico que hace a Penélope madre de Pan con Hermes, o alternativamente con todos los pretendientes, se refiere, al parecer, a la diosa Penélope y sus primitivas orgías primaverales (véase 26.2). Su engaño de Odiseo y su posterior vuelta a Mantinea, otra fábula arcaica, son un recuerdo de la insolencia de él al obligarle a acompañarle a Itaca, contrariando la antigua costumbre matrilocal (véase 160.e). Pero Nausícaa, la autora, relata el asunto a su manera, favoreciendo a Penélope. Acepta el sistema patriarcal en el que ha nacido y prefiere la ironía suave a la sátira aguda de la Iliada. La diosa es ahora desalojada por Zeus Omnipotente, los reyes ya no son sacrificados en su honor y la era del mito ha terminado. ¡Muy bien! Eso no perturba mucho a Nausícaa con tal que pueda seguir bromeando y jugando a la pelota con sus afables sirvientas, tirar del pelo a quienes le desagradan, escuchar los cuentos de la anciana Euriclea y manejar a su gusto a su padre, Alcínoo.
Así la Odisea nos deja con Laertes, Odiseo y Telemaco, una tríada patriarcal masculina de héroes apoyados por Atenea nacida de Zeus y vencedora de sus enemigos; mientras que las sirvientas cuelgan en hilera por su falta de discreción, para mostrar que Nausícaa desaprueba la promiscuidad premarital porque abarata el mercado matrimonial. El final ha sido conservado por otros mitógrafos. Odiseo es desterrado a Tesprotia, y Telémaco a Cefalonia, mientras Penélope se queda tranquilamente en el palacio, gobernando en nombre de su hijo Poliportes. Debe cumplirse, por supuesto, la profecía de Tiresias: Odiseo no morirá tranquilamente en la ancianidad, como el respetado y locuaz Néstor. La muerte debe alcanzarle a la manera tradicional que él se proponía abolir: el Niño del Año Nuevo cabalgando en el lomo de un delfín le traspasará con una lanza armada con una pastinaca. Lo mismo le sucedió a Catreo de Rodas, su hijo Altémenes le mató accidentalmente en la playa (véase 93.2). Las lanzas con pastinaca, utilizadas también por los polinesios, causan heridas inflamadas que los griegos y los latinos consideraban incurables (Eliano: Naturaleza de los animales i.56); la pastinaca (trygon pastinaca) es común en el Mediterráneo. Se dice que Heracles fue herido por una (véase 123.2).
El casamiento de Telémaco con Circe, y el de Telégono con Penélope, sorprenden a primera vista. Sir James Frazer (Apolodoro ii p. 303, Loeb) relaciona estas uniones al parecer incestuosas con la regla en virtud de la cual en las sociedades polígamas un rey heredaba todas las concubinas de su padre, con excepción de su propia madre (2 Samuel xvi.21 y ss.). Pero la poligamia nunca fue una institución griega, y ni Telémaco, ni Telégono, ni Edipo un Niño del Año Nuevo, «nacido de la ola hinchada», que mató a su padre y se casó con la viuda Yocasta (véase l05.e), ni Hilo, el hijo de Heracles, que se casó con su madrastra Yole (véase I45.e), eran polígamos. Cada uno de ellos se limitó a matar y suceder al Rey del Año Viejo en el antiguo estilo mítico, llamándose a partir de entonces hijo suyo. Esto explica por qué Telémaco se dispone a disparar el arco —lo que le habría dado a Penélope por esposa—, pero desiste al advertir el ceño de Odiseo, es un detalle que sobrevive de la fábula de Ulises, conservado sin examen crítico en la Odisea.
¿Quién sabe si el cabello rojo de Odiseo tiene algún significado mítico (véase 133.8), o si es una peculiaridad personal que no viene al caso, como sus piernas cortas, perteneciente a algún aventurero de Sicilia al que Nausícaa ha retratado como Odiseo? Autólico, desde luego, lo llamó «el enojado» al nacer (véase 160.c) y el cabello rojo es asociado tradicionalmente con el mal humor. Pero aunque tiene el aspecto de epopeya, la Odisea es la primera novela griega y, por tanto, completamente irresponsable en lo que concierne a los mitos. He sugerido las posibles circunstancias de su composición en otra novela: La hija de Homero.
[1]Homero: Odisea ix.39-66
[2]Apolodoro: Epítome vii.2-3; Homero: Odisea ix.82-104; Herodoto: iv.177; Plinio: Historia natural xiii.32; Higinio: fábula 125
[3]Homero: Odisea ix.105-542; Higinio: loc. cit.; Eurípides: Cíclopes; Apolodoro: Epitome vii.4-9
[4]Homero: Odisea x.1-76; Higinio: loc. cit.; Ovidio: Metamorfosis xiv.223-32
[5]Tucídides: Í2; Plinio: Historia natural iii.5.9 y 8.14; Tzetzes: Sobre Licofrón 662 y 956; Silio Itálico: vii.410 y xiv.126; Cicerón: Contra Ático ii.13; Horacio: Odas iii.17
[6]Homero: Odisea x.30-132; Higinio: loc. cit.; Apolodoro: Epitome vii.12; Ovidio: Metamorfosis xiv.233-44
[7]Homero: Odisea x.133-574 y xii.1-2; Higinio: loc. cit.; Ovidio: Metamorfosis xiv.246-440; Hesíodo: Teogonia 1011-14; Eustacio sobre la Odisea de Homero xvi.118
[8]Homero: Odisea xi; Higinio: loc. cit.; Apolodoro: Epítome 17
[9]Homero: Odisea xii; Apolodoro: Epítome vii.19; Apolonio de Rodas iv.898; Eliano: Sobre la naturaleza de los animales xvii.23; Ovidio: Metamorfosis v.552-62; Pausanias: ix.34.3; Higinio: Fábulas 125 y 141; Sófocles: Odiseo, fragmento 861, ed. Pearson
[10]Plutarco: Cuestiones convivales ix.14.6; Escoliasta sobre la Odisea de Homero xii.39; Higinio: fábulas loc. cit. y Prefacio; Tzetzes: Sobre Licofrótt 712; Eustacio sobre la Odisea de Homero xii.167
[11]Servio sobre la Eneida de Virgilio iii.420; Apolodoro: Epítome vii.71; Homero: Odisea xii.73-126 y 222-59; Higinio: fábulas 125, 199 y Prefacio; Apolonio de Rodas: iv.828, con escoliasta; Eustacio sobre Homero p.1714; Tzetzes. Sobre Licofrón 45 y 650; Ovidio: Metamorfosis xiii.732 y ss. y 906 y ss
[12]Homero: Odisea xii.127-453; Apolodoro: i.2.7 y Epítome vii.22-3; Hesíodo: Teogonia 359
[13]Homero: Odisea v.13-493 y vii.243-66; Higinio: Fábula 125; Hesíodo: Teogonia 1111 y ss.; Escoliasta sobre Apolonio de Rodas: iii.200; Eustacio sobre la Odisea de Homero xvi.118; Apolodoro: Epitome vii.24
[14]Homero: Odisea xiii.1-187; Apolodoro: Epitome vii.25; Higinio: loc cit
[15]Homero: Odisea xiii.187 y ss. y xvi.245-53; Apolodoro: Epitome vii.26-30
[16]Homero: Odisea xix.136-58 y xiv.80-109; Higinio: Fábula 126; Apolodoro: Epítome vii.il
[17]Homero: Odisea xiv-xvi; Apolodoro: Epítome vii.32
[18]Homero: Odisea xvii; Apolodoro: loc. cit
[19]Homero: Odisea xviii
[20]Homero: Odisea xix
[21]Homero: Odisea xx-xxii; Higinio: loc. cit.; Apolodoro: Epítome vii.33
[22]Homero: Odisea xxii-xxiv
[23]Plutarco: Cuestiones griegas 14
[24]Homero: Odisea xi. 119-31; Apolodoro: Epitóme vii.34
[25]Apolodoro: loc. cit.; Eugamón de Cirene, citado por Proclo: Epicorum Graecorum Fragmenta 57 y ss., ed. Kinkel; Higinio: Fábula 127; Pausanias: viii.12.6; Escoliasta sobre la Odisea xi.134; Eustacio sobre la Odisea xi.133; Partenio: Fábulas amorosas 3; Tzetzes: Sobre Licofrón 794; Dictys Cretensis: vi.4 y ss.; Servio sobre la Eneida de Virgilio ii.44; Fragmentos de Sófocles ii.105 y ss., ed. Pearson
[26]Servio: loc. cit.; Pausanias: viii.12.5 y ss.; Cicerón: Sobre la naturaleza de los dioses iii.22.56; Tzetzes: Sobre Licofrón 772, citando a Duris el samio
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